El techo de cristal

 

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Crédito: Shvpe

El techo de cristal es un concepto que fue acuñado en 1986 por el Wall Street Journal, que hace alusión a las barreras invisibles que enfrentan las mujeres profesionales y altamente calificadas para ascender en sus trabajos. Últimamente, se ha divulgado a propósito de la escasa participación femenina en Silicon Valley, donde solo uno de cada diez puestos de liderazgo son ocupados por mujeres en las empresas de tecnología con matrices en ese lugar. Por regla general, el techo de cristal provoca que las mujeres que lo alcanzan renuncien a sus cargos, en búsqueda de nuevas oportunidades.

Es “de cristal” o invisible, pues no existen impedimentos expresamente establecidos que impidan o dificulten el ascenso de las mujeres a cargos de alta responsabilidad, si no que se manifiesta a través de una serie de prácticas, normalmente imperceptibles.

Nuestro país no está ajeno a este fenómeno.

Pese a que en Chile tenemos una Presidenta de la República, elegida por votación popular en dos oportunidades, no ha habido, por ejemplo, una ministra del interior o rectoras a la cabeza de las universidades tradicionales. Nunca en su historia, la Corte Suprema ha tenido una Presidenta mujer. De las principales empresas que cotizan en la Bolsa de Comercio de Santiago, solo un pequeño porcentaje tiene directoras mujeres. La participación laboral femenina sigue siendo muy baja en el mercado chileno. A nivel global, por ejemplo, es posible destacar que la ONU no ha sido presidida nunca por una mujer, y que, de los 585 Premios Nobel que se han entregado hasta el año 2017, solo 49 han recaído en mujeres.

Por eso, es necesario que se adopten políticas que permitan, especialmente al interior de las empresas, romper el techo de cristal. Algunas medidas que se pueden desarrollar son:

  1. Desterrar de la cultura organizacional estereotipos tales como: “las mujeres no son buenas para las matemáticas”, “ella se enojó pues anda ‘en sus días'”, “debería quedarse en la casa cuidando a los niños”, entre muchos otros.
  2. Favorecer la corresponsabilidad parental al interior de la empresa, especialmente tratándose de trabajadores de sexo masculino.
  3. Eliminar la brecha salarial entre trabajadores hombres y mujeres que realizan la misma función.
  4. Utilizar mecanismos de selección de personal “ciegos”, es decir, sin identificación del postulante, de manera que en un primer filtro la elección de los candidatos no pase por el género -ni tampoco por el apellido o el lugar donde estudió la enseñanzamedia.
  5. Adoptar mecanismos o iniciativas de paridad de género al interior de la empresa.
  6. Evitar el trabajo en horas extraordinarias y eliminar el valor asociado en la cultura organizacional a trabajar después del término de la jornada laboral.
  7. Generar redes de apoyo entre las mujeres al interior de la empresa, fomentando el intercambio de experiencias entre quienes tienen más años de experiencia y quienes recién se insertan al mercado laboral.
  8. Fortalecimiento de programas de mentorías enfocados en mujeres, como el que realiza anualmente Comunidad Mujer.

Finalmente, creemos que es muy importante que nosotras mismas, las mujeres, vayamos moviendo el techo de cristal, hasta que eventualmente logremos romperlo. Eso solamente lo lograremos con trabajo duro.

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La percepción social del trabajo femenino

A propósito del informe presentado hace algunas semanas por la Comisión Nacional de Productividad, denominado “Mujeres en el Mundo Laboral: Más oportunidades, crecimiento y bienestar”, hemos estado reflexionando acerca de cuál es la percepción social del trabajo femenino.

En ese estudio, se revisa la tasa de participación laboral femenina, la cual en el año 2015, que es el dato más reciente, era del 48% (en comparación, la tasa de participación laboral masculina es del 71%). Dicha cifra implica que hay aproximadamente 1.400.000 mujeres en edad de trabajar, es decir, entre los 25 y los 59 años, inactivas en el mercado laboral, es decir, que no tienen ni buscan empleo.

Estas cifras, nos ubican entre los países con tasas de participación laboral femenina más baja a nivel mundial. En América del Sur, tenemos la tasa más baja, mientras que a nivel Latinoamericano, somos segundos: sólo nos supera México. Somos los número uno y los subcampeones, pero de un título que no se puede celebrar.

A partir de una encuesta rápida, realizada entre mujeres profesionales menores de 40 años, destaca la frecuencia con la que nos tratan de “mijita”, cuando somos doctoras, profesoras, abogadas o ingenieras. En general, las personas esperan que la opinión profesional de una mujer sea respaldada por un hombre, sobre todo cuando somos jóvenes, cuestión que no sucede cuando el abogado o médico es joven pero de sexo masculino. Destaca el caso de una abogada, cercana a los 30 años, a la cual un potencial cliente le exigió que le demostrara, de alguna forma, que efectivamente era abogada, lo cual no habría sucedido si hubiese sido hombre.

Por otro lado, conocemos a varias mujeres profesionales que han decidido dejar sus trabajos para dedicarse al cuidado de los hijos y del hogar, pues el costo de oportunidad no justifica el esfuerzo de trabajar. Finalmente, y debido a los bajos niveles de remuneraciones en relación con los hombres que realizan tareas similares, trabajar se convierte en recibir dinero para entregarlo, acto seguido, a esa otra mujer que se dedica a cuidar nuestros hijos y nuestro hogar. Mejor, nos evitamos el esfuerzo y nos quedamos en casa.

Incluso, existe un cierto reproche social hacia la mujer que trabaja: “No sé qué hace acá, debería estar en su casa cuidando al marido y a la guagua” es un comentario que no es poco frecuente.

En lo que se refiere a las tareas domésticas, y según la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo del INE, realizada el 2015, las mujeres realizamos casi el doble de las tareas del hogar que los hombres y casi 6 horas semanales más de trabajo no remunerado en el hogar. Eso implica que las mujeres que trabajan, lo hacen en la denominada “doble jornada”: después de llegar de sus trabajos, la gran mayoría debe encargarse directa o indirectamente de los hijos y del hogar, mientras que los hombres dedican ese tiempo a tareas de esparcimiento o descanso.

En ese mismo ámbito, los cánones sociales dictan que las mujeres somos las encargadas del cuidado del hogar y de las personas dependientes: niños, enfermos, discapacitados y adultos mayores, sea de manera directa o a través de la delegación de estas tareas en manos de una persona ajena a la familia. Pero, al mismo tiempo, la percepción de la importancia de las labores de cuidado de terceros es muy baja, pues se encuentra dentro de las “obligaciones” de las mujeres, dentro de lo que se espera del rol femenino. Si no lo hacemos, o descuidamos un poco estas tareas, el reproche social es altísimo, y, llamativamente, es entre propias mujeres que se generan las críticas más descarnadas.

Entonces, si la inserción laboral femenina ya no tiene vuelta atrás, y hombres y mujeres trabajamos a la par, ¿por qué existe una brecha salarial de 17% entre lo que ganan hombres y mujeres por un trabajo similar?, ¿por qué, si somos profesionales, nos siguen tratando de “mijitas” y ponen en duda nuestro juicio, a la espera que sea respaldado por el de un hombre?, ¿por qué el cuidado del hogar y de las personas dependientes, sigue siendo una “obligación” de las mujeres?, ¿por qué somos las mujeres las que dejamos de trabajar, cuando las cosas se ponen complicadas?

Nos aventuramos a creer que esto se debe a la poca valoración social del trabajo femenino. Nuestro ingreso siempre será el segundo ingreso, y si ganamos más que nuestras parejas, nos preguntarán cómo lo hace él para soportar esa situación. La percepción de nuestro desempeño profesional siempre estará sujeta a la validación por parte de un hombre.

Y para cambiar esto se requiere no solo de políticas públicas, si no que de un cambio en el paradigma social. Ese cambio, pasa por cada uno de nosotros, hombres y mujeres, y desde el rol que cada uno de nosotros cumple. Así, finalmente, habremos dado otro paso no solo a favor del aumento de la integración femenina al mundo laboral, si no que en el camino a la igualdad de género.

El desafuero maternal

Una de las situaciones más difíciles que puede vivir una mujer trabajadora, durante su embarazo, o cuando recién se ha convertido en madre, es la interposición de una demanda de desafuero.

El Código del Trabajo establece que todas las mujeres gozan de fuero maternal desde el momento de la concepción de su hijo o hija, y hasta un año después de finalizado el descanso del postnatal, es decir, un año y doce semanas después del nacimiento del bebé. En ese periodo de tiempo, la trabajadora no puede ser despedida, a menos que el empleador cuente con la autorización de un juez y sólo frente a la concurrencia de ciertas y determinadas causales.

Es decir, la trabajadora que goza de fuero maternal sí puede ser despedida, pero en casos muy reducidos. Teóricamente.

En la actualidad, es muy frecuente que las empresas, al comienzo de la relación laboral, firmen hasta dos contratos a plazo con sus trabajadores, de modo de tener una especie de “periodo de prueba” del trabajador. Si una trabajadora queda embarazada dentro de ese periodo en el que se encuentra contratada a plazo fijo, lo más probable es que deba enfrentar una demanda de desafuero, y el posterior procedimiento judicial.

Lo mismo sucede si la trabajadora había sido contratada para un trabajo o servicio determinado.

Las otras causales por las que se puede pedir el desafuero de una trabajadora acogida al fuero maternal son aquellas reguladas por el artículo 160 del Código del Trabajo. Esas causales son: conductas indebidas como falta de probidad o acoso, negociaciones incompatibles, ausencias injustificadas y abandono del trabajo, actos temerarios, perjuicio material y, en general, cualquier incumplimiento grave de las obligaciones que impone el contrato de trabajo.

De estas últimas causales, la que se presenta con más frecuencia es la causal de ausencias injustificadas.

A veces, pasa que la trabajadora cree que su descanso postnatal se extiende hasta que su guagua cumpla seis meses de vida, lo cual no es efectivo: el postnatal, por regla general, dura hasta que el hijo o hija tiene veinticuatro semanas, que son menos de seis meses. ¿Qué pasa si la trabajadora no se reincorpora una vez que se terminan esas veinticuatro semanas? El empleador probablemente interpondrá la demanda de desafuero maternal.

Lo mismo sucede cuando la trabajadora no tiene con quien dejar a su recién nacido. O, sencillamente, no se encuentra preparada para separarse de él o ella.

Así las cosas, no es tan cierto que el despido de una trabajadora embarazada o que recientemente ha sido madre proceda sólo en casos reducidos. La trabajadora amparada por el fuero maternal sólo se encuentra protegida frente a la causal de necesidades de la empresa y el caso fortuito o la fuerza mayor. Sólo en esos dos casos, la trabajadora nunca podría ser despedida, y de darse en los hechos alguna causal, el empleador debería mantener el vínculo laboral hasta el término del fuero de la trabajadora.

Frente a la notificación de una demanda de desafuero, es esencial que la trabajadora busque asesoría inmediata de parte de un abogado.

En ProMujer, estamos preparadas para atender a la trabajadora demandada a través de un plan integral que incluye no sólo la asesoría legal y la representación judicial en la causa laboral, si no que comprende el apoyo y soporte emocional para entender de manera clara cuál es el procedimiento que enfrenta y cuáles son las diversas alternativas disponibles frente a cada caso particular. La idea es entregar a la madre o futura madre toda la información disponible para que ella, de manera independiente e informada, pueda tomar la decisión que más convenga a sus intereses y al de su hijo o hija.

Si tienes alguna duda, déjanos un comentario, o envía un email a contacto@promujerchile.com.

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Cómo nace ProMujer

La idea de ProMujer nació después de un momento difícil en mi vida profesional, en la que me di cuenta de todas las discriminaciones, muchas veces silenciosas, que sufrimos las mujeres en el ámbito laboral.

A propósito de mi trabajo, me tocó ver muchas desigualdades de trato en las empresas hacia sus trabajadoras, especialmente hacia las mujeres que son madres.

Las demandas de desafuero son algo súper frecuente, y desafortunadamente pillan a las mujeres en un momento de gran vulnerabilidad emocional, pues se ve amenazada la fuente de sustento, tanto de la propia mujer como de su hijo, sea recién nacido o en camino.

Por otro lado, me di cuenta que mis propias amigas y colegas no tienen mucha idea de cuáles son sus derechos laborales. Que el pre y postnatal son pagados a través de un subsidio estatal, y no por la isapre o el empleador, que el fuero maternal no significa que la trabajadora goce de inamovilidad de su puesto de trabajo, o que el derecho de amamantamiento asiste a todas las trabajadoras, son temas muchas veces desconocidos.

Y también vi el sufrimiento de mujeres profesionales y empoderadas, que al volver de su descanso postnatal no tenían ni siquiera un lugar de trabajo. Las aislaban, las dejaban por largos periodos sin trabajo o, en el mejor de los casos, les daban cosas que hacer que estaban muy por debajo de sus capacidades. Sus empleadores eran incapaces de verlas como trabajadoras, habían pasado a ser un “cacho” para ellos.

Por otro lado, la famosa “conciliación” de la vida familiar y de la vida laboral más parece un juego de equilibrio, que sólo enfrentamos las mujeres, y en el que la más ligera variación puede generar un caos de proporciones. La corresponsabilidad parental, que busca que padres y madres se hagan cargo de sus hijos, es una utopía, un concepto al que incluso nosotras mismas nos resistimos. Resultado: las mujeres estamos más cansadas que nunca, mucho más exigidas que la generación de nuestras madres, y sentimos, casi todo el tiempo, que no hacemos nada pese a que cargamos el peso del mundo sobre nuestros hombros.

Y en ese camino, usualmente, recibimos ayuda externa. Nuestras nanas nos salvan, nos permiten tener algunas cosas menos en las que preocuparnos, cuidan nuestro hogar y a nuestros hijos. Pero tampoco nos preocupamos mucho de ellas, de tener su situación en regla, de pagar sus cotizaciones previsionales. Y no nos damos cuenta que la situación laboral de nuestras nanas, si es mal llevada, nos puede llevar incluso a la quiebra.

Frente a todo esto, cabe preguntarse si nos alcanzamos a dar cuenta como sociedad el tremendo potencial que estamos desperdiciando. ¿Las empresas se dan cuenta que las mujeres no somos un “cacho” por ser madres?

Y la gran pregunta, ¿qué estoy haciendo yo por cambiar todo esto?

Así surge ProMujer, desde mi propia experiencia, y de la experiencia de las mujeres que me rodean. Por mujeres, y para mujeres.

Resumen servicios público